domingo, 30 de septiembre de 2012

El tiempo dirá.

He evitado por todos los medios posibles dar rienda suelta a estas líneas; tengo la extraña creencia de que aquello que se verbaliza se vuelve cierto, por lo mismo moderaré inagotablemente mis tendencias fatalistas.

Siento los dos extremos, uno albergando la soledad, el otro con una esperanza que, sin querer, cada minuto me parece más vana e irreal. Lo único que quiero es dejar de pensar y esto será el último escrito al respecto: no puedo echar mi mente a correr, esa es claramente la sentencia de muerte (y suicidio).

La lejanía de tus manos me confunde, me hace replantearme aquello que yo aclaré conmigo misma. Las cartas están puestas sobre la mesa y yo las veo, las acepto, las tolero... luego, vuelvo a esperar un par de As.

Si es cierto que llegará un momento en que haya que poner la mente en frío y decidir. Tal vez sea mañana, tal vez un año o más; mientras tanto me pregunto si será hoy, si debo hacerlo hoy.

Es evidente como la regla va creciendo a ratos, pero ciertamente es lo mejor y más sano. Y aunque lo sepa, me encantaría que fuera distinto.

Ayer lo noté bien, dudo que haya sido sólo el efecto del verde... fue todo. La situación, la conversación, el pasado, el futuro, incluso las sumas y restas.

Debo arrancarme la esperanza, esa es la única conclusión, aunque sin quedar vacía; debo cumplirme las promesas, dejar de ser palabras afuera, porque, aunque a veces fallen las fuerzas, son los propósitos los que nos mantienen en pie.

Mi propósito es la serenidad, la paciencia, la calma; todo aquello que siempre me ha faltado a pesar de mi comprensividad. Tal vez sea este mi desafío, pero no lo debo saber, ya no debo querer saber.

El día a día es lo único que debe ocuparnos, lo demás, el tiempo dirá.

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