Yo tenía un trabajo tranquilo en la parcela de mi patrón. Era agricultor y tenía animales, era una vida tranquila, pero todo eso cambió en 1971. Con la reforma agraria expropiaron más de 1.500 hectáreas y las repartieron entre quienes trabajaban ahí. Yo recibí 43 hectáreas, pero eran malos los terrenos. Muy malos. La tierra era de quinta calidad y nada crecía. Y mantener las tierras era muy caro. Tuve que vender algunos animales para no tener que perder esas tierras que yo nunca pedí.
Después de tres años ya no pude hacer nada y debí vender las 43 hectáreas que recibí gracias a la reforma.
Actualmente, lo único que me queda es un terreno chico, donde ahora tengo mi casa y algunos animales. De todos los que recibimos hectáreas, sólo una persona mantiene el terreno completo. El resto lo perdió o terminó vendiendo las tierras.
Antes de la reforma agraria, yo me llevaba muy bien con mi patrón . Después de eso no lo vi nunca más. Trabajé con su hijo en algunos predios, pero nada fue lo mismo.
Hubiera preferido que la reforma agraria nunca hubiera sucedido, porque yo me sentía seguro con mi trabajo anterior. Yo estaba apatronado, tenía un jefe que me daba un sueldo y que me ayudaba. Con la reforma perdí todo eso. Me sentí solo.
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