Viniste a repletar esta vida de temor a perder, fomentaste la paranoia, el miedo y la aflicción. Tus ojos negros y firmes, al mirar dentro mío, no hacían más que aseverar que no habría alguien como tú, que caería sin ti. Te obligué a poseer, me obligaste a poseer, mi odio a la otredad floreció.
La posesión se volvió la única respuesta a la inseguridad de tu piel. Eras mío, pero ¿por cuánto tiempo? Te fuiste y yo caí, tenías razón. Pero, me paré y crecí, caminé y volví a vivir.
Siento esa presión moral de justificar una vez más, de explicarme y de dar a entender el porqué del poseer. No me arrepiento, pero no lo volvería a hacer... nunca quise hacerlo. Me da encono recordar ese yo, esa voluntad corrompida, ese temor apasionado.
Cómo caí en ese juego infantil, donde tus manos eran mías y la solución a mi vida era tenerte para mí, donde ser feliz era poseer y respirar era que estuvieras aquí.
Hoy he vuelto nuevamente a ti, a los significados que trae tu persona... el pasado pesa, mucho más de lo que a veces estamos dispuestos a justificar. Mucho más de lo que tengo ganas de justificar.
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