viernes, 10 de septiembre de 2010

Welcome to the jungle

A los quince años nada me parecía repugnante: las pieles de cebras, las puntas metálicas, las crestas no eran más que parte de lo cotidiano. El sudor dentro de un mosh, la rudeza y los gritos eran la vida, su forma de vida... a ratos la mía.

Quizás fue la paulatina ida del verde, la lejanía que me separó de ellos y el aterrizaje forzoso de la realidad. Aún queda espacio para los sueños, pero hoy se construyen, no se escupen.

La inconsecuencia del actuar, la rebeldía discursiva, lo contestatario circunstancial, la moda y estética. Me pregunto si era eso lo que uno esperaba, si es lo que años de golpes e ira contenida conseguirían. Cuando se cayó en la mera comodidad?

Algunos viejos, otros nuevecitos -se nota en sus poleras, de Ramones o Misfits, recién compradas- sólo beben cerveza. El ethos de la pereza se los consume, la rebeldía volcada a ser una posición, no más acción.

Mujeres y hombres de cabezas afeitadas, bocas pintadas, cuero pegado. Sus cámaras y celulares graban el espectáculo.

¿Qué significa ser punk, hoy? Relaciones capitalistas de amor, apropiación del otro y celos, inercia social y apatía, destrucción y comodidad, macheteo y juerga. Crítica social? -Sí, sociedad culiá, vale callampa, no tiene ni un brillo. Y luego? Luego, nada.

Que absurdo es ver como la crítica se queda en la inamovilidad, ver el facilismo con que se desenvuelven, entre puteadas y mucha laca. Toda una moral que se pierde en su irreal indignación. Todo un juego de ego y choreza, todo un invento para reproducir la dominación, toda una guerra de tintura de colores con un discurso liberador.

Un puro fetichismo.

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