sábado, 27 de agosto de 2011

Bitácora de mi obsesión.

Fui buscándote en medio de pieles rojas, con mucho barullo detrás, con más aire que piedras, pero rudo igual. Es imposible no creer, ni esperar, aunque todo parezca negarse: el tiempo, el espacio, el ánimo, el cuerpo. Podría ser diferente, podría haberlo sido, pero ya no importa lo que importó, fue lo que no fue.

Es obvio que la inalterabilidad no es una opción, pero siempre la anhelamos, las expectativas inundan nuestra realidad. 19, 23, 31 veces: tu cara se sucede una y otra vez, intento no verla, evito pensarla y mis ojos me traicionan. Te veo venir, pasar, saltar, reír, soñar.

Una décima le canta al cansancio de lo nuestro, a la incertidumbre de la confusión, mientras tu hombro se aleja del mío, tu cara se gira al lado contrario y el hastío se plasma en un rechazo sutil. Son unos cuantos pasos, intento pasar accidentalmente advertida, pero nada nos condensa.

Don de cera quemada. Me debato entre el auto-convencimiento de mi carencia de sensualidad y tu notable desinterés, frente a la realidad pasional que posee la colectividad. Lo uno y lo otro, quizás algo más. Y me pregunto si sería más fácil antes de las tres.

Tu ventana abierta, espero a que se abra la puerta. Todo ese humo no hace más que potenciar cualquier afán acaparador que te es ajeno, un misterio que se crea en torno a ti: silencios, risas suspicaces, susurros ocultos.

Finalmente el kilometraje dejó de aumentar y mis sentimientos se estancaron. Mi obsesión permanente, el capricho constante, el ego doliente, nuestra inmadurez. Chaito, mejor.

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