lunes, 5 de septiembre de 2011

Rebobinar.

Como leí por ahí, "muerte puta, puta muerte". Todo aquello que quisiéramos ser: rebeldes y libres. (Inclemente, frívola, irónica, maldita). Cargada del cliché inesperado, que viene y va, nos asusta, devuelve y quita. Intempestiva.

Ella que todo lo decide y lo hace como sin querer, queriendo, con la planificación e ingenuidad de un niño de 5 años, cuya posibilidad de éxito parece estar mediada tan sólo por el azar. Fundida en un mar de determinantes condicionales, donde siempre algo puede ser diferente, contingente.

Lo fortuito es su especialidad. Y cala hondo: Mi madre, el vecino, la señora de las sopaipillas, el micrero. Todos la lloran, nadie se salva. Un golpe a la cotidianidad, al amar en el momento, sin más después que la certeza de que mañana volverán a reír juntos. Una certeza basada en la costumbre e irracionalidad del querer; tan ciega como la certidumbre del amanecer siguiente.

Rebobinar las horas se vuelve un pasa-tiempo, recordar lo último, habitual (sea suspiro, palabra, risa, abrazo, beso), rememorar las virtudes, expresión de la incondicionalidad.

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