sábado, 28 de diciembre de 2013

Un veintisiete de diciembre, un veinticuatro de octubre.

Los nudos en el estómago no me dejan hablar; las lágrimas inundan mis mejillas y labios. Los recuerdos se suceden en infinitos torbellinos que arrasan con mi entereza, porque te veo ante mí, tan niña y frágil como lo has sido siempre, tan inconcebiblemente adulta, que me aterroriza imaginarte en nueve meses más. Dulce pequeña, las transformaciones que la vida trae para ti ahora son inimaginables, pero no puedo sino permanecer acá, junto a ti, en cada paso, cada lágrima, cada risa, como lo he intentado hacer desde que te vi por primera vez.

No hay comentarios.: