A veces el día a día no nos permite detenernos; en esos casos, si algo nos emociona, solemos botar un par de lágrimas que no son más que un triste recordatorio de que vivimos una vida que no queremos vivir, que somos aquello que juramos no ser. Hoy me lo reprocho.
Ayer se me cayó una lágrima, iba camino al trabajo, no podía permitirme más; hoy lo recuerdo y aún contengo la emoción.
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